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Entre la decencia y el deseo

Grecas y Letras

Jonathan
febrero 14, 2025
in Opinión
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Por: Carmen Saucedo Caballero

 

Hay algo profundamente humano en el conflicto entre lo que deseamos y lo que debemos hacer. Quizá por eso las historias de amor que transcurren en contextos sociales estrictos y llenos de expectativas ajenas siguen tocando los corazones de lectores y espectadores, siglo tras siglo. El amor se enfrenta siempre a la norma, a la opinión pública, a las costumbres, y en el proceso se convierte en algo más que una simple historia de dos personas que se enamoran. En novelas como Orgullo y prejuicio y Persuasión de Jane Austen, y más recientemente en la serie Bridgerton, la tensión entre el deseo y el deber es el verdadero motor de la narrativa. Pero, curiosamente, hay algo mucho más profundo que se esconde detrás de esta aparente superficialidad: una reflexión sobre la independencia personal, el coraje de desafiar las normas y la búsqueda incesante de la felicidad en un mundo que siempre está listo para recordarnos que somos humanos y, por tanto, imperfectos.

Orgullo y prejuicio no solo es un clásico romántico; es la carta de amor a la independencia femenina, a la inteligencia que desafía los prejuicios sociales y la complejidad de los sentimientos humanos. Elizabeth Bennet y el orgulloso Mr. Darcy no solo son víctimas de malentendidos y obstáculos sociales, sino de un sistema de expectativas que les exige ser más que ellos mismos. Mientras que Darcy lucha contra su orgullo y Elizabeth contra su prejuicio, el lector es testigo de una danza llena de ironía y autodescubrimiento, donde la verdadera batalla no está entre ellos, sino contra lo que sus corazones desean y lo que la sociedad espera que sean.

A lo largo de la novela, se les pide que se adapten, que se ajusten a los moldes que les impone su clase, pero lo que realmente los define es su lucha interna por no perderse en el proceso. El amor de Darcy y Elizabeth no es solo una historia de unión, sino una rebelión silenciosa contra los dictámenes de su tiempo. Se trata de ser, finalmente, uno mismo, y elegir amar con plena conciencia de lo que eso implica: no solo la alegría, sino también la vulnerabilidad de no cumplir con las expectativas ajenas.

Persuasión de Jane Austen, por su parte, es una obra marcada por la reflexión y la oportunidad perdida. La protagonista, Anne Elliot, es una mujer que, por respeto a las opiniones de su familia y los convencionalismos sociales, renunció a su amor por el Capitán Wentworth. Años después, con un corazón que nunca dejó de latir por él, se enfrenta al dolor y la incertidumbre de reencontrarse con el hombre que aún ocupa sus pensamientos, pero que ya no es el mismo. Esta es una novela sobre el tiempo y las segundas oportunidades, sobre la importancia de escuchar el corazón y desafiar las opiniones externas, incluso cuando ya ha pasado el tiempo y las circunstancias parecen haberlo cambiado todo.

La elegancia de Persuasión radica en la humanidad de sus personajes. Anne no es la joven y desbordante heroína de sus otras novelas; es una mujer que ha madurado, que ha aprendido a callar para sobrevivir en un mundo que no le permite elegir su destino. Sin embargo, lo que hace que Persuasión sea tan profundamente conmovedora es que, a pesar del tiempo perdido, Anne no pierde la oportunidad de tomar las riendas de su vida. El amor aquí no es solo un regreso a un sentimiento pasado, sino una forma de redención, un acto de valentía que implica dar un paso al frente, a pesar del miedo y la duda.

Y aquí es donde entra Bridgerton, la famosa serie que, aunque ambientada en un contexto similar al de Austen, ha sido muy aclamada (y criticada) por su mezcla de romance, drama y un toque de modernidad. Bridgerton no es tan sutil como las novelas de Austen, ni tan profundamente filosófica, pero tiene algo que la hace irresistible: el deseo. A diferencia de las heroínas de Austen, que navegan por el amor con una dosis de autocontrol y conciencia social, los personajes de Bridgerton no se andan con rodeos. La serie coloca a los personajes en un mundo desbordante de glamour y opulencia, donde el romance es desbordante, pero también la ansiedad y el deseo reprimido.

Si en Orgullo y prejuicio la tensión radica en las palabras no dichas y los gestos cargados de significado, en Bridgerton la tensión es sexual, instantánea y descarada. Es un juego de poder y deseo, en el que los personajes, especialmente las mujeres, buscan (y encuentran) su independencia en un escenario de lujo y glamour. Sin embargo, lo que Bridgerton sabe hacer bien es tomar esos elementos románticos de la época y darles un giro moderno. La serie es un reflejo de las luchas internas de los personajes, pero también una crítica a las estructuras sociales que, aunque ambientadas en el siglo XIX, todavía resuenan en las relaciones contemporáneas.

Lo que une a Orgullo y prejuicio, Persuasión y Bridgerton es el conflicto entre lo que los personajes sienten y lo que la sociedad les permite sentir. Cada obra es un espejo de su época, pero también un faro para nuestras propias luchas contemporáneas: el amor no solo como una cuestión de corazón, sino de elección, de autonomía, de rebelión. Las mujeres de Austen, como las de Bridgerton, desafían sus mundos de formas sutiles o descaradas, buscando siempre algo más que solo el “felices para siempre”. Buscan libertad, autenticidad y, sobre todo, la oportunidad de ser dueñas de su propio destino.

El amor, al final, no se trata solo de encontrar a alguien para “completar” nuestras vidas, sino de darnos el espacio para ser completos por nosotros mismos. Y en cada una de estas historias, ya sea a través de la fuerza del carácter de Elizabeth Bennet, la reflexión y la madurez de Anne Elliot o el vibrante deseo de Daphne Bridgerton, los personajes muestran que, ante todo, lo que importa no es solo amar, sino saber amar con libertad y consciencia.

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